Ángel Ganivet García nació el miércoles, 13 de diciembre de 1865, en la casa de su abuelo materno, situada en el número trece de la calle San Pedro Mártir de Granada. Cuatro días después fue bautizado en la Parroquia de Nuestra Señora de las Angustias. Hijo de Francisco Ganivet Morcillo y Ángeles García Siles, fue el segundo de los seis hijos del matrimonio: Josefa, Ángel, Encarnación, Natalio, Isabel y Francisco. (En El Libro de Ganivet que se publicó en 1920 como homenaje al escritor, se incluyen varios textos sobre la biografía de Ganivet, entre ellos, la partida de bautismo y dos artículos sobre la etimología del apellido y los datos de la familia).
A los pocos días de su nacimiento la familia se traslada de nuevo a su domicilio en la vecina calle del Darro (hoy, Enriqueta Lozano), número 3 y en este barrio transcurre su infancia.
Ganivet fue un niño de barrio. Sus realidades inmediatas son el pan, las harinas y el molino del negocio familiar. En palabras de Melchor Fernández Almagro, Ángel Ganivet es “un niño de arroyo que apedreaba perros y abroncaba guardias municipales".
Por los pocos testimonios reflejados en su epistolario y en sus escritos literarios sabemos que entre sus juegos favoritos estaba el de remontar la cometa de papel de vivos colores en el Campo del Príncipe, y jugar a la tángana y al toro con su cornamenta de madera y su trapo rojo. Algunos episodios nos ha dejado en su obra; en La conquista del Reino de Maya, -escribe Gallego Morell-, recordará Ángel Ganivet un episodio de su niñez: “...si he de dar crédito a lo que de mí dicen los que me conocieron, fui sumamente travieso y pícaro y es casi seguro que lo que dicen sea verdad porque mi falta de memoria proviene justamente de una travesura que estuvo a pique de cortar el hilo de mi existencia entre los nueve y diez años”. Se refiere al incidente que narra en el artículo costumbrista Una derrota de los greñudos cuando, con nueve años, se vio envuelto en una batalla entre los niños de dos barrios, el del Realejo y el de las Angustias, y en el que recibió una pedrada que le abrió una considerable brecha en la cabeza.
El 4 de septiembre de 1875 se produce el fallecimiento de su padre con 41 años. Se inicia aquí una nueva vida para la familia. En el otoño de este año, Dª Ángeles García Siles, con sus hijos, se traslada al Molino de la Sagra (C/ Cuesta de los molinos, nº 8) propiedad del abuelo materno, D. Francisco de Paula García Hurtado, conocido familiarmente como Papatito quien se convierte en el protector de la familia. Del lugar escribirá Fernández Almagro: “Pintoresca calle, más rústica que urbana, servía y sirve de camino a la Alhambra, al Barranco del Abogado, nidal de gitanería, al cementerio, al incomparable valle del Genil y a la Sierra, estupendo telón de fondo del paisaje granadino”.
En 1876, Ángel Ganivet sufre un accidente, (del que hay dos versiones: la de Gómez Moreno que lo supone producido por la caída de una higuera o la de Gallego Morell quien afirma que la caída fue provocada al ladearse los capachos de una caballería sobre la que iba montado), que lo lleva a sufrir una fractura en la pierna, tan grave que durante unas semanas se pensó incluso en la amputación si bien la voluntad del niño y los cuidados familiares hicieron que, con el tiempo, del percance sólo quedara el recuerdo de “unos restos de huesecillos de aquella pierna conservados en una caja de cerillas” como dirá el propio escritor en una carta enviada años más tarde desde Amberes. Esta recuperación que, sin embargo, fue lenta y penosa y para la que se recurrió a los tratamientos de los Baños de Carratraca y de Frailes, retrasó sus estudios y le impidió asistir a la escuela durante casi cuatro años.
En 1878 su abuelo enferma de parálisis y la madre de Ángel tiene que hacerse cargo del negocio del molino. Es entonces cuando Ganivet ingresa como escribiente en la notaría de D. Abelardo Martínez Contreras donde, pocos meses después, D. Francisco Guerrero, oficial de dicha notaría y consciente de las dotes intelectuales demostradas por el joven, aconseja a su madre la conveniencia de que Ángel inicie los estudios de bachillerato.
Como señala Antonio Gallego Morell “el día 22 de junio de 1880 se examinaba de Ingreso en el Instituto de Granada (entonces ubicado en el edificio del Real Colegio San Bartolomé y Santiago) Ángel Ganivet que había cumplido seis meses antes los catorce años”, y ese mismo año estudiaría durante el primer curso las asignaturas de Latín y Castellano y de Geografía compartiendo las aulas con otros estudiantes entre los que cabe señalar a Francisco Seco de Lucena y Nicolás María López que seguirían siendo amigos del escritor el resto de su vida.
Del curso 1881-82 destaca Gallego Morell su afición a la Lengua Latina, asignatura impartida por D. Mariano Gurría y López, quien sería también su referente intelectual en años posteriores y, en el curso siguiente, sus estudios de Retórica y Poética, Historia Universal, Aritmética y Álgebra. Sus biógrafos coinciden en recoger una anécdota, contada por Seco de Lucena, que va a ir definiendo la personalidad del joven Ganivet: cuando el catedrático de Retórica escribió en la pizarra las terminaciones de una décima cuyo texto proponía redactar a los alumnos, al día siguiente, sin realizar el ejercicio, Ganivet concluyó.”Para decir tonterías en verso, mejor es escribir en prosa o no escribir ni en prosa ni en verso que es lo que yo hago”.
En este tiempo comienza a leer las obras de Lope de Vega en la Colección Rivadeneyra y descubre a Séneca: “Cuando yo siendo estudiante leí las obras de Séneca me quedé aturdido y asombrado, como quien, perdida la vista o el oído, los recobrara repentina e inesperadamente y viera los objetos, que con sus colores y sonidos ideales se agitaban antes confusos en su interior, salir ahora en tropel y tomar la consistencia de objetos reales y tangibles”.
En los siguientes cursos 1882-83 y 1883-84 y en las nuevas asignaturas, Psicología, Lógica y Ética, Geometría y Trigonometría, Física y Química, Historia Natural, Fisiología e Higiene y Agricultura Elemental, así como en dos cursos optativos de alemán, continúa obteniendo sobresalientes y apareciendo el primero en el cuadro de honor de los estudiantes. Empieza a aficionarse, además, a la lectura de libros de viajes y a las narraciones fantásticas.
En junio de 1885, Ángel Ganivet obtiene el título de Bachiller y, en palabras de Gallego Morell, “en noviembre de ese año verifica los ejercicios de oposición al Premio Extraordinario de la Sección de Letras que le fue adjudicado por unanimidad”.
De este periodo existen pocas noticias si exceptuamos las que se refieren a sus estudios de las asignaturas de Filosofía y Letras y de Derecho que cursó, también, con resultados brillantes, durante estos años así como el nombre de alguno de sus compañeros, como Manuel Gómez Moreno, quien sería posteriormente un conocido arqueólogo e historiador del arte o de alguno de sus profesores, como D. Antonio González Garbín, catedrático de griego, con el que después mantuvo correspondencia con cierta asiduidad.
El 25 de junio de 1888 se celebra el examen para la investidura de grado de Licenciado en Filosofía y Letras y Ángel Ganivet en su ejercicio oral explica la lección que trata de “El Marqués de Santillana y clasificación de sus obras según las escuelas predominantes en su época en la Corte de Castilla”. Obtenida la calificación de sobresaliente, el 26 de septiembre toma parte en los ejercicios de oposición al premio extraordinario de dicho grado que le es otorgado por el Tribunal y el 1 de abril de 1889, ya en Madrid, le es expedido el Título de Licenciado en Filosofía y Letras. En esta ciudad realizará estudios de doctorado de Letras y continuará con las asignaturas que le quedan de Derecho, carrera que completará el año siguiente obteniendo el grado de licenciado con la exposición de una lección sobre ”Sistemas Penitenciarios”.
De sus biógrafos sólo Francisco García Lorca se detiene en un episodio que él considera real y que pudo suceder en esta época. Se trata de un amor evocado en un artículo muy posterior, que se publicó en El Libro de Granada que tituló De mi novia la que murió y que reaparece poetizado en otros lugares de su obra; un suceso doloroso que, según el crítico, pudo determinar la tendencia del escritor hacia la soledad y la misantropía.
Cuando en 1889 llega a Madrid, sin haber cumplido aún los 23 años, como señala Gallego Morell, “Ángel Ganivet, provinciano de clase media (…) está constantemente preocupado por la situación de su economía doméstica y sometido de manera implacable a la dirección de su madre que ejerce sobre él una influencia decisiva y que, como hombre fundamentalmente tímido, se siente cohibido en sus primeros pasos por Madrid. Hay en sus cartas constantes y reiteradas alusiones a problemas administrativos. Da cuenta puntual a su madre de cuáles son sus gastos y de las economías que ensaya”. Como en Granada, Ganivet termina en junio brillantemente su curso de doctorado. En él ha sido condiscípulo de Francisco Navarro Ledesma quien posteriormente se convertiría en el más asiduo interlocutor de sus cartas y ha sido examinado, entre otros profesores, por D. Marcelino Menéndez Pelayo. Navarro Ledesma hará el siguiente retrato del joven que llega a Madrid: “Su figura y semblante...yo no sé cómo explicároslo. Sólo diré que la aventajada estatura, el imperio y prestancia del ademán, la gravedad benigna del gesto, la autoridad y proporción con que la cabeza, pequeña y bien redondeada, descollaba sobre los recios hombros y la absoluta naturalidad de todos sus andares, movimientos y posturas imponían desde luego a quien le contemplaba por primera vez la firme convicción de que aquel hombre era un hombre único y señero, distinto y desligado en todo y por todo de los demás seres humanos”.
Aún doctorado, sin embargo, no leerá su tesis hasta otoño de ese año, no se sabe si por determinadas trabas administrativas o porque su primer trabajo doctoral titulado España filosófica contemporánea fue rechazado por D. Nicolás Salmerón que desempeñaba entonces la cátedra de Metafísica en la Facultad madrileña. Ello motivó que Ganivet preparase ese verano una nueva tesis que, bajo el título de Importancia de la lengua sánscrita y servicios que su estudio ha prestado a la ciencia del lenguaje en general y a la gramática comparada en particular (reproducida en el libro Ángel Ganivet, universitario y consul que editó en 1920 Modesto Pérez, uno de sus primeros biógrafos) fue leído el 28 de octubre obteniendo la calificación de sobresaliente.
Finalmente, en enero de 1890, realiza Ganivet la oposición a Premio Extraordinario en el Doctorado de Filosofía y Letras y después de las cuatro horas acostumbradas de encierro, redacta un trabajo acerca de las Doctrinas varias de los filósofos sobre el concepto de causa, y verdadero origen y subjetivo valor de este concepto.
Unos meses antes, en mayo, se ha producido un hecho importante en la biografía ganivetiana; impulsado por su amigo Nicolás María López que también las supera, Ganivet aprueba unas oposiciones como Ayudante de tercer grado del Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios y en junio se le destina a la Biblioteca Agrícola del Ministerio de Fomento, situado en un edificio de la calle de Atocha. Será acreditado con un sueldo anual de 1500 pesetas que, un año después, alcanzaría la cifra de 2000 pesetas cuando Ganivet asciende a Ayudante de segundo grado. En esta época de la vida de Ganivet, un tanto desordenada, según sus biógrafos: “...da tumbos, sin plan ni sentido, por hospederías, cafés, billares y sitios peores” encontrará, no obstante, en el Ateneo un lugar de acceso a libros y a posibilidades de diálogo. Melchor Almagro recuerda las palabras del propio Ganivet en sus Cartas Finlandesas: “El Ateneo es la única sociedad de España que encaja en mi gusto: lo bueno que allí hay es el espíritu amplio, tolerante, familiar y protector que supieron crear con su presencia y adhesión desinteresada algunos hombres superiores que ya se murieron o tardarán poco en morirse”.
También se produce entonces, en el Carnaval de 1891, un hecho muy significativo en su biografía; Ganivet conoce a Amelia Roldán con la que comenzará una larga relación y con la que tendrá dos hijos. Las circunstancias del episodio se reproducen en Los trabajos del infatigable creador Pío Cid, novela en la que los protagonistas, Pío y Martina son trasuntos autobiográficos de los propios Ángel y Amelia.
Por otro lado, en la primavera de este mismo año, Ganivet va a presentarse a otras oposiciones, en este caso, a las que le permitirían optar a una plaza de Cátedra de Griego en la Universidad de Granada. Para prepararlas, dado el poco plazo de tiempo del que dispone, pide consejo a aquellos profesores de su ciudad que lo iniciaron y lo orientaron en el estudio de las lenguas clásicas, Mariano Gurría y Antonio Sánchez Garbín. En las cartas correspondientes al Epistolario de estos meses, Ganivet da cuenta a sus interlocutores de las traducciones que realiza y de los ejercicios que estudia y practica dentro en su preparación así como de su contacto y “amistad” con otro opositor tanto a la plaza de Salamanca como a la de Granada con el que comparte charlas vespertinas y comentarios académicos y que se llama Miguel de Unamuno, con quien también coincidirá más adelante de manera epistolar.
Finalmente, el 6 de junio se realiza el acto de presentación de opositores a la cátedra de Granada al que únicamente concurren Ángel Ganivet, José Alemany y Narciso Sentenach (a Unamuno le acababan de otorgar la plaza de Salamanca un día antes), que después de varios ejercicios teóricos y prácticos le fue asignada, en última instancia, a D. José Alemany, con la consiguiente decepción, algo de amargura y un cierto resentimiento del granadino, como puede vislumbrarse en sus cartas de esta época.
En los meses finales de 1891 y comienzo del año 1892, Ganivet, que vive en una casa de huéspedes, en el número 15 de la calle Tetuán, mantiene la frecuencia de la correspondencia con su madre a la que informa de varias visitas a Toledo y su provincia, de su asistencia a una representación de Otello, de sus duchas diarias con agua fría y del hecho de haber empezado a ir con asiduidad al bufete de D. Joaquín López Puigcerver para practicar como pasante. Piensa en ese momento, y así lo comenta en una carta, en abrir bufete en Granada y aspirar a otra cátedra, quizá de Derecho si cursara las asignaturas del Doctorado. Pero en ese momento, según Gallego Morell, la intención no pasó de la idea ya que entonces está ocupado preparando otras oposiciones a plazas de viceconsul “que significarán el adiós a sus sueños provincianos y el salto a Europa”.
El 25 de marzo de 1892 se publica una convocatoria para cubrir cinco plazas de viceconsul y Ángel Ganivet la firma, animado por sus amigos de tertulia en el Café de Levante, José Cubas, quien luego sería también consul y terminaría su carrera en París, y Leopoldo Romeo, preparador de un grupo de opositores a las carreras Diplomática y Consular que le proporciona unos cuadernos que le servirán como material para preparar la oposición. Ganivet obtiene la plaza con el número uno y el 30 de mayo de este año se firmará su nombramiento como vicecónsul de España en Amberes. Concluía, así, otro proyecto que se hallaba ya avanzado administrativamente en el que Nicolás María López y él iban a permutar sus puestos de ayudantes de bibliotecario.
Poco después, como Gallego Morell señala en su biografía del excéntrico escritor del 98 “en los primeros días de junio, Ganivet pasa una corta temporada, invitado en la casa toledana de Navarro Ledesma y regresa a Madrid (…) a fin de ultimar los preparativos del viaje”. Se despide de sus amigos más íntimos y el 29 de junio parte para Barcelona desde donde escribirá inmediatamente a la familia para contarles la buena impresión que le produce la ciudad, sus avenidas, paseos, tiendas, cafés y teatros; una fugaz instantánea de la Barcelona de fin de siglo con la que Ganivet declara “su poderosa y obsesiva observación de las ciudades cuya realidad urbana le enardece siempre y le llevan a sorprender en ellas un auténtico tema literario que culminará en su Granada la Bella pero que estará vivo en todo su Epistolario”.
Después de unas cuantas visitas y la obligada al consulado de Bélgica, sale de Barcelona para llegar a París a las cuatro y media de la tarde del 4 de julio de 1892. “El salto a Europa está dado. Desde lo alto de la Torre Eiffel en la que se fotografía, Ganivet lanza su primera mirada sobre Europa. Pocos días después, el 11 de julio, tomaba posesión de su nuevo destino en Amberes”.
La mayor parte de las noticias que conocemos de la estancia de Ángel Ganivet en Amberes desde el verano de 1892 nos han llegado a través de su correspondencia con los dos interlocutores más frecuentes en esta época, su madre y Francisco Navarro Ledesma. Al día siguiente de llegar a la ciudad belga le comunica a su madre sus primeras impresiones: “Acabo de llegar. La población es grande y algo triste. Todo el movimiento está en el puerto. Las construcciones son buenas. (…) Creo que no me irá mal. Una vida muy tranquila, muy sana y con muchas comodidades”. A partir de aquí enviará más información sobre su relación con el cónsul, D. Manuel de Serra y Larrea, y el canciller españoles, sus primeras compras, un sombrero negro, un paraguas y un frac y sus contactos iniciales con la sociedad y la cultura belgas; entre ellos su asistencia, el 14 de agosto, a un banquete del Ayuntamiento tras el que se convierte en testigo de un cortejo histórico en el que figuran “más de 2000 personajes, carrozas alegóricas, caballos, músicas, orfeones y banderas” que sería el motivo del primer artículo, Un festival literario en Amberes, que Ganivet envía al periódico El Defensor de Granada para ser publicado unos días más tarde; conoce los Museos y el Jardín Zoológico y recibe, por sorpresa, la visita de Amelia Roldán quien se instalará con él durante un tiempo; en septiembre, envía postales a Granada desde Bruselas “una ciudad del corte de Madrid en cuanto a animación. La vida es más divertida y espiritual que en Amberes…” y recorre las pequeñas localidades de la zona; asiste a representaciones teatrales en francés y adopta una perrita de la que se ha encaprichado Amelia y que Ganivet considera “el ser más inteligente que he encontrado entre los belgas”; en enero de 1893 se muda de casa, sigue redactando informes y memorias para el consulado, asiste a la Ópera El Cid de Massenet, es testigo de algunos tumultos callejeros y algaradas socialistas y, cuando Amberes recibe a algunos héroes que regresan de la ocupación belga del Congo, anuncia que está escribiendo su Conquista del Reino de Maya; se hace un retrato en Bruselas, frecuenta un establecimiento de bebidas que ha abierto en Amberes un tabernero de Rentería, asiste a varias comidas en barcos españoles que tocan en el puerto, a una representación de Lisístrata en el Teatro Real, recibe clases de solfeo y de piano y continúa leyendo libros de viajes que adquiere en librerías de viejo; en septiembre, su primera novela está prácticamente acabada y Amelia se marcha con su madre a París donde en diciembre de ese año nacería su hija Natalia; por esas fechas, Ganivet escribe los informes del consulado que dan cuenta de los barcos que atracan en Amberes con el fin de recoger armas para “la guerra de Melilla” o para transmitir noticias “sobre las olas de fuerte agitación política y social en Bélgica”.
El invierno en que comienza 1894 es uno de los más fríos del siglo y Amberes soporta temperaturas de hasta 20 grados bajo cero. La vida de Ganivet, que continúa llena de lecturas, visitas a exposiciones y progresos con el piano, se ve interrumpida por una noticia; Escribe Gallego Morell: “...el 28 de febrero moría víctima de meningitis en Saint Leger les Domart su hija Natalia cuando solo contaba poco más de dos meses y medio de edad. Ganivet (…) llega a tiempo de amortajarla cubriendo su cuerpecillo con una capita azul”. El biógrafo asegura, a continuación, que el escritor granadino nunca perdonará a Amelia el hecho de haber dejado a la niña con una nodriza en aquel pueblecito francés cerca de Amiens.
El 5 de mayo de este año se inaugura la Exposición Universal de Amberes de cuyo jurado Ganivet, sin entusiasmo alguno, es nombrado como vocal, actividad que lo tendrá ocupado todo el verano. En su epistolario aparecerán, entonces, numerosas referencias, casi siempre irónicas y sarcásticas, a un espectáculo de comercio y dinero (las representaciones más importante de los expositores del Pabellón español fueron las de vinos y tabacos) cuyos objetivos y fines no comparte en absoluto.
En septiembre asiste a la primera corrida de toros que se celebra en Bélgica, de la que sale aburrido y de mal humor y, enseguida, proyecta pasar las Navidades en Granada. Cuando se clausura la Exposición el 5 de noviembre, Ganivet pide la licencia reglamentaria de cuatro meses con el deseo de estar en París en la última quincena de ese mes, pero no le es concedida con tiempo suficiente (no se ha dado por acabada oficialmente la epidemia de cólera en Bélgica) para asistir al nacimiento de su nuevo hijo, a quien sí verá cuando el 6 de diciembre se encuentra en la capital francesa con Amelia, su madre, doña Antonia Llanos y el recién nacido al que podrán por nombre Ángel Tristán.
A los pocos días, Ganivet “cruza la frontera con Amelia Roldán que, cuando el escritor continúa su viaje hacia el sur, se queda en Barcelona con su madre y su hijo”. En Granada estará desde el 13 de diciembre, día de su cumpleaños, hasta el 21 de marzo de 1895, fecha en que parte hacia Toledo y Madrid donde hace algunas visitas para continuar viaje hasta París y Amberes a donde llega el 31 de ese mes. Allí, prosigue con sus estudios de alemán y de inglés así como con los de piano. Le escribe a su madre: “He llegado con ganas de trabajar en mis cosillas que estaban abandonadas y ver si esta temporada sale algo de provecho (…) no dan deseos de salir de casa y hay menos distracciones, Yo, fuera de las horas de oficina no he salido más que un par de ratos” y de estos, uno para ver la representación de Sarah Bernardt de La mujer de Claudio de Dumas.
El 12 de agosto -escribe en su biografía Gallego Morell- se celebran en Amberes las fiestas y Kermese del aniversario de la apertura del Escalda, con grandes cortejos, cabalgatas y músicas, y unos días después, el 16 de agosto, Ganivet recibe la noticia de la muerte de su madre en Granada a donde marcha inmediatamente y en donde permancerá hasta finales de ese mes, estancia de la que se conservan noticias sobre una excursión realizada a la Cueva del Agua a instancias de su amigo Nicolás María López. Al regresar a Amberes se nota cansado y confiesa tener deseos de irse a otro lugar. Ha terminado el libro de La Conquista, sigue recibiendo revistas y libros de España y consuela epistolarmente a sus hermanas por la pérdida de la madre.
El 30 de octubre toma un tren en un vagón de tercera y se detiene en Arrás para llegar a Saint Leger les Domart donde, según sabemos por una carta en la que detalla minuciosamente las circunstancias a Amelia Roldán, ha dispuesto una sepultura nueva para su hija Natalia.
Por sus cartas sabemos también que durante el mes de noviembre continúa realizando viajes a distintas ciudades belgas, Gante y Brujas entre ellas y que sigue con variadas lecturas que le provocan reflexiones, en las que se observa una acentuación de sus preocupaciones de orden religioso, compartidas con los amigos epistolares.
Después del trabajo se recluye en su casa para escribir y leer intensamente antes de dormir. Cuida a sus amistades granadinas y “ante el anuncio de un próximo ascenso y traslado renuncia a pasar las Navidades en Granada” y permanece en Amberes donde vivirá las fiestas más tristes de su vida. El 25 de diciembre Ganivet es ascendido a cónsul de segunda clase y es destinado en comisión al Consulado de España en la ciudad de Helsingfors.
El 6 de enero de 1896, Ganivet recibe su nombramiento como cónsul y el 25 abandona Amberes; como los puertos están cerrados por el frío y la nieve, partirá hacia Helsingfors en ferrocarril siguiendo el consejo de D. Lorenzo Rolland, su antecesor en el cargo finlandés, que le ha recomendado, por carta, la vía Berlín-San Petersburgo.
Al día siguiente llega a Berlín, una ciudad que no le impresiona y que, como le comenta a Navarro Ledesma, le parece excesivamente militarizada, con reproducciones de la figura del Káiser en todas las esquinas. El día 28 se detiene en Könisberg, la que fuera capital prusiana, que le parece “sucia, silenciosa y que vive casi al natural con sus canales y cuadras en el centro”. Aún así, la prefiere a Berlín porque conserva su carácter antiguo.
El día 30 está ya en San Petersburgo donde visita y admira el museo de pintura y pasea por la ciudad en trineo para salir esa misma noche hacia Helsingfors, capital del Gran Ducado de Finlandia que es, entonces, una provincia de Rusia, a donde llega el último día de enero de 1896. Allí se instala en la casa de una familia anglo-alemana y, a los pocos días, ya escribe a sus amigos granadinos sobre la buena impresión que le está causando la ciudad: “Es algo así como Granada, con aire de gran capital, un poco más frío que en Amberes pero sin lluvia… con días de sol y noches de luna, como en Andalucía, por estar el cielo muy sereno” y les indica algunos detalles que le han llamado la atención: “De las tres lenguas oficiales, la rusa es poco hablada, la sueca es la general y la finlandesa la popular. Lo corriente es hablar sueco y el pueblo bajo, finés; entre los funcioonarios, el ruso; en el comercio, alemán y algo inglés; y, en sociedad, francés. Hay una universidad importante y mucho moviento científico y artístico y varios periódicos más importantes que los mejores de España. (…) Helsingfors es una ciudad admirable y cultísima. La gente es buena hasta la pared de enfrente, y muy cachazuda. Las mujeres son tan libres como los hombres y valen más que los hombres”.
El plan de vida de Ganivet en sus primeros meses es muy ordenado. Se muda a una casa con seis habitaciones en la zona de Brunsparken, en mitad de un bosque rodeado de mar donde empieza a trabajar intensamente en los artículos que mandará a El Defensor y que luego editará en el volumen Granada la Bella. En marzo le escribirá a Nicolás María López: “¿Qué va a hacer uno aquí en días como el de hoy en que desde la mesa donde escribo a través de las ventanas veo cruzar desencadenados horribles huracanes de nieve que parecen anunciar el juicio final? (…) No queda pues más recurso que amarrarse, coger la pluma y escribir, como yo escribo en todos los géneros conocidos, y en algunos inventados para mi uso particular”. Compra libros y revistas inglesas y francesas, lee el Kalevala y comienza a aprender el sueco y el ruso y a perfeccionar el alemán con una joven rusa, hija de polaco y alemana que vive frente a su casa: “Es bellísima, en el género rubio pero más seria que un chavo de especias. A mí me tiene por loco, por una especie de Don Quijote pues no puede hacerse cargo de que un hombre sea idealista y, al mismo tiempo, cometa barbaridades y chiquilladas”. La muchacha se llama Mascha Diakovsky y con ella mantendrá una relación apasionada. Manuel García en su Cancionero a Mascha Diakovsky recogerá las cartas y los poemas en francés y español que Ganivet envió y dedicó a su joven profesora: “Mascha era una bella viuda de 24 años, independiente y de refinada educación que fue admirada por algunos de los principales artistas europeos de su generación. Y Ganivet se enamoró perdidamente de ella”.
En primavera se van tranquilizando los nervios del escritor granadino y comenzará la redacción de otra serie de artículos periodísticos que se articularán posteriormente en sus Cartas Finlandesas y termina su Idearim Español. En verano, empezará a tener una vida algo más social y compartirá tertulia con algunas amigas, una de las cuales, la pintora Hanna Rönnberg, que veía a Ganivet como una mezcla de sacerdote árabe y egipcio, hará un retrato del escritor.
Parece ser que ese mismo verano llega a Helsingfors Amelia Roldán con su hijo Ángel Tristán. Gallego Morell se pregunta si esta mujer, “este vivir en desasosiego y sin freno”, llega allí atendiendo a una llamada de Ganivet o impulsada por los celos. Lamentablemente, se responde, se han perdido las cartas cruzadas entre ambos y, por tanto, la clave de muchos enigmas de esta relación tormentosa. La llegada de la morena “cubana” coincide con la salida de Mascha Diakovsky de Helsingfors para hacer un viaje por Europa.
Al iniciarse el año 1897 Ganivet vive con la incertidumbre de si será enviado como agregado a la Embajada española en San Petersburgo; corrige pruebas de sus libros pero apenas trabaja en nuevas creaciones y, necesitado de pasar una temporada en Granada, pide una licencia de trabajo que le será concedida en el mes de mayo y que le permitirá llegar a su ciudad el 16 de junio, día del Corpus de ese año. Al día siguiente se publica en El Defensor la número XVIII de sus Cartas Finlandesas y el mismo periódico se hace eco de la aparición de La conquista del Reino de Maya de la misma manera que veinte días después lo hará con la distibución en librerías del Idearium Español.
Este verano Ángel Ganivet entrará de nuevo en contacto con los literatos granadinos que se agrupan en la Cofradía del Avellano quienes, junto a otros intelectuales, la noche del miércoles, 7 de junio, ofrecerán al escritor un banquete en el Hotel Siete Suelos de La Alhambra. Gallego Morell recoge la noticia: “Antonio S. Afán de Ribera lo preside y asisten al mismo, entre otros comensales, Matías Méndez Vellido, Miguel Gutiérrez, Rafael Gago Palomo, Francisco de Paula Valladar, Eías Pelayo, Federico Albadalejo, Gabriel y José Ruiz de Almodóvar, Francisco Martínez Mesa, Juan Manuel Segura, José Figueroa Robles, Nicolás maría López, Melchor Almagro Sanmartín, Manuel Gómez Moreno, Luis Fernández de Córdoba, Miguel López Sáez, Agustín Caro Riaño, Guillermo González Prats, Diego Marín, Luis my Francisco Seco de Lucena, etc”.
La Cofradía, que se había fundado un año antes, fue, según escribe Nicolás María López “una reunión de amigos. Nunca tuvo domicilio ni reglamento. El presidente nato fue Ganivet. En su estructura exterior se asemejaba a las Academias helénicas. Sentados en semicírculo alrededor de una fuente natural bellísima, bajo un dosel de álamos y avellanos, se departía con serenidad y elevación, en estilo granadino, que sabe combinar la seriedad de los asuntos con el ingenio y la gracia”. Y añade: “...Ganivet llevaba el diapasón e imponía el carácter; los demás daban el tema, hacían objeciones o se reían de los argumentos…”
Fruto de aquellas tertulias junto a la Fuente del Avellano será, este verano de 1897, el Libro de Granada que no vería la luz, sin embargo, hasta 1899 pero que Ganivet deja ordenado entonces aportando para él un breve prólogo y ocho colaboraciones en prosa y en verso.
El 9 de agosto, acompañado de sus hermanos Francisco, Pepa e Isabel, Ganivet abandona Granada camino de Madrid, donde se quedaría Francisco para continuar sus estudios. En Barcelona sus hermanas, en un encuentro poco agradable, van a conocer la existencia de Amelia Roldán y del niño, Ángel Tristán, de quienes nada sabían. Para relajar la tensión, todos pasarán unos días en Sitges, ciudad en la que Ganivet prolongará su estancia unas semanas y donde entrará en contacto con algunos miembros del Cau Ferrat que, según confiesa el propio escritor en carta a Francisco Seco de Lucena, “es hoy el centro artístico del Modernismo catalán”. En otra carta, avisa también a Nicolás María López de la pronta visita de Santiago Rusiñol y de otros amigos del Cau a Granada: “He trabado con ellos gran amistad; son jóvenes entusiastas y Rusiñol es pintor y escritor fecundo, y de los buenos” y aconseja que la Cofradía del Avellano establezca con ellos una fructífera relación artística.
Cuando Ganivet regresa a Barcelona las relaciones entre Amelia y sus hermanas ha mejorado y decide entonces que todos lo acompañen renunciando a su idea inicial de que sus hermanas se instalaran en Madrid. Escribe Antonio Gallego Morell en su biografía: “A mediados de septiembre, el escritor y su reducido grupo de mujeres enlutadas y niño arriban a París; continúan el viaje haciendo escala en Lüberk y el día 21 de septiembre de 1897 el cónsul Ángel Ganivet se incorpora a su oficina de Helsingfors”.
Ese otoño, Ganivet dará cuenta a sus amigos granadinos de sus proyectos de escritura una vez termine con las faenas oficinescas. Tiene pensado comenzar la tragedia mística que ya ha diseñado mentalmente (El escultor de su alma), continuar Los trabajos del infatigable creador Pío Cid con algunos capítulos, escribir a intervalos unos Coloquios y, alternando con ellos, iniciar una serie de artículos sobre la literatura del Norte (Hombres del Norte).
Lo que le llegará inesperadamente poco después será el intercambio epistolar que mantendrá con Miguel de Unamuno, siete años después de su encuentro en Madrid, en las páginas de El Defensor de Granada y que vendría a conformar posteriormente el volumen de El porvenir de España.
Al comenzar el año 1898 y a instancias del propio Ganivet se suprime el Consulado de España en Helsingfors y se crea el de Riga para cuyo puesto es nombrado el granadino con un sueldo de 5000 pesetas más otras cantidades para gastos de traslado, de representación y los ordinarios del servicio.
Antes de trasladarse a la ciudad rusa, Ganivet envía a España, en un barco ruso, a sus hermanas, que se instalarán en Madrid y a Amelia y al niño, que se quedarán en Barcelona. Riga no es una ciudad que entusiasme al cónsul; es “grande, del corte de Amberes, pero más movida y más cara” e inferior “al tranquilo rinconcillo de Helsingfors” y le escribe a Nicolás María López que “hoy sólo os diré que no creo ganar nada en el cambio, a no ser el verme obligado a aprender ruso pues el país del Báltico está tan unificado que el alemán ya no basta”. En una carta le envía también a Navarro Ledesma sus primeras impresiones de la ciudad: “Vivo en mi nueva casa, cerca del Dvina, en Hagemberg, que es el lado más silencioso y pintoresco de la ciudad”. El 10 de agosto toma posesión del nuevo Consulado y, tras instalar la Cancillería, envía a Madrid el inventario de sus gestiones. Antonio Gallego Morell da cuenta de estas primeras semanas en su nuevo destino: “Pronto abandona su domicilio en la Taubenstrasse para instalarse en casa de su amigo el Barón von Bruck, cónsul de alemania en Riga. Espera con interés la edición granadina de las Cartas Finlandesas y el prólogo de Nicolás María López a ellas (…) inicia la redacción de El escultor de su alma acariciando desde el principio la idea de realizar su estreno en Granada (…) redacta para el Ministerio de Estado una memoria sobre los Nuevos horizontes comerciales de España y Rusia, continúa elaborando artículos para sus dos series simultáneas que van apareciendo en la prensa (...) y se ilusiona con la idea de preparar para el año siguiente el segundo Libro de Granada, dedicado a los niños”.
Desde Riga dirige también la distribución de los ejemplares de Los trabajos del infatigable conquistador Pío Cid y allí le llegan noticias del éxito de su Idearium Español del que, desde París, su amigo Constantino Román Zalamero le propone una traducción al francés. También recibe la noticia de la próxima llegada de Amelia Roldán a Riga con la intención de, después de los reproches que se han cruzado epistolarmente por culpa de los celos, alcanzar una reconciliación entre ambos. Antonio Gallego Morell comienza uno de lo últimos capítulos de su biografía, “Suicidio en el Dvina el año de El Desastre”, como sigue: “A principios de noviembre, en cartas a sus hermanas y en alguna remitida a Navarro Ledesma, Ángel Ganivet deja entrever unas obsesivas ideas de manías persecutorias. Declara que al salir de una visita iban a detenerle y se queja de su soledad y de cómo se encuentra sometido a una imaginaria vigilancia y persecución (…) Tras la euforia y optimismo de unos meses antes, llega ahora una peligrosa etapa de depresión. Apenas trabaja, apenas come, apenas duerme”.
A continuación, apunta el crítico que el amigo de Ganivet, el Barón von Bruck logra convencerlo para que visite al Dr. Ottomar von Hacken quien dictamina que el escritor granadino padece parálisis general progresiva reflejada a su vez con frecuentes estados de manía persecutoria y recomienda su internamiento en un establecimiento adecuado para tratar esta enfermedad.
Armando Jiménez Correa, en su introducción a la edición del Libro de Ganivet, realiza algunas matizaciones a lo manifestado por el biógrafo: “Los diagnósticos de Carlos Castilla del Pino y del profesor Enrique Rojas coinciden en que Ángel Ganivet estaba lúcido, por tanto no era propio ese estado en un cerebro neuronalmente deteriorado” y continúa afirmando que el profesor Rojas determina que en Ganivet, desde su tipología, los antecedentes familiares, su conducta peculiar y el negativo efecto de su soledad en los paises nórdicos fueron las causas en mayor o menor grado de una esquizofrenia epileptal en fase aguda.
En cualquier caso, llegamos al día 29 de noviembre (17 en el calendario ruso) cuando, y así lo redacta Gallego Morell,: “Ganivet sube, como todos los días, a los vaporcitos que cada seis minutos recorren el trayecto que separa la ciudad de las oficinas de su consulado en Hagemberg. Van en el vapor unas cuantas personas, Ángel viste ropas muy de invierno. Son las tres de la tarde. De pronto, cuando el vapor se encuentra hacia la mitad del ancho río un hombre se arroja al agua. Algunos pasajeros y el personal del vapor logran arrebatarlo con vida todavía de la corriente de agua pero, ya en cubierta y aprovechando un instante de descuido, vuelve el suicida a arrojarse al agua, de la que un rato después es extraído el cuerpo muerto de Ángel Ganivet”.
A esa misma hora ha llegado a Riga Amelia Roldán, con el niño, a la que, unas horas más tarde, en el consulado, el Dr. von Hacken va a comunicar la trágica noticia.
Mucho se ha escrito y se ha especulado sobre el estado mental y anímico de Ganivet y las circustancias de su suicidio. Incluso Amelia Roldán y las hermanas del escritor revelan en varias cartas sus sospechas de que su muerte podría haber sido resultado de un asesinato (aparece la misteriosa figura de un tal D. Luis Powers, vicecónsul de Rusia en Gibraltar que frecuenta a Ganivet esos últimos días y al que el propio escritor deja una nota un día antes de su muerte) hasta el punto de que Amelia se llevará a España una servilleta para que sea analizada por los químicos en busca de indicios de un posible envenenamiento. Y no sabemos qué impulsó a Ángel Ganivet a escribir, el 27 de noviembre, una nota a Francisco Navarro Ledesma que encabeza con: “Por si esta declaración fuera necesaria, hago aquí el resumen de mis ideas y de mis deberes” y lo desarrolla en diez puntos; el séptimo de ellos dice: “No recuerdo haber hecho mal a nadie, ni siquiera en pensamiento. Si hubiera hecho algún mal, pido perdón” y el décimo: “He tenido dos hijos: Natalia que está enterrada en St. Léger les Domart (Francia) y Ángel, que vive en madrid; ambos son legítimos por mi voluntad. Tengo tres hermanos, muchos parientes y pocos y buenos amigos”.
El 30 de noviembre, en Riga, el periódico local Düna Zeitung daba brevemente la noticia de la muerte del Cónsul español y al día siguiente publicaba la esquela del consulado; el entierro del cónsul de España, doctor Ángel Ganivet García tendría lugar el sábado, 3 de diciembre, a las 11 de la mañana saliendo de la iglesia católica de la plaza del Castillo y a la solemne misa de difuntos asistiría la familia del fallecido, llegada en estos días a Riga, S.E. el Gobernador de la provincia de Livonia, General M.D. Saurowzow, el jefe de la policía, consejero Gertik, los demás cónsules, empleados del Consulado español, miembros de la colonia española y numeroso público.