Cuando Emília Nadal (Lisboa,1938) ejecutaba su obra La muerte de Antoñito El Camborio en su taller entre 1959 y 1961, ya era una pintora con proyección, y soñaba con que el destino final de su pintura sería el que finalmente ha sido, la tierra en que nació y creció Federico García Lorca, y que ha desembocado en este proyecto expositivo para presentar ahora y aquí la obra que ha donado al Patronato lorquiano, junto con sus bocetos.
Tras una larga trayectoria profesional que incluyó incursiones en nuestro país décadas atrás, y también más recientemente con cinco obras de su serie “Ovnis” (1975) como presencia clave en la exposición Menos mal que nos queda Portugal (CODAC. Gibraleón, 2020) y también, ya en este año, El poder con que saltamos juntas. Mujeres artistas en España y Portugal entre la dictadura y la democracia (IVAM. Valencia, 2024), Emília Nadal quería saldar una deuda emocional que tenía consigo misma desde que pintó esta obra de gran formato inspirada por la seductora imaginería que Federico García Lorca había ido creando a través de sus dramas y poemas, y que tanta influencia había tenido en su formación como mujer de exquisita sensibilidad y artista de fascinante personalidad.
La concepción y realización de la obra donada nos demuestra que la visión de Emília Nadal sobre la obra del poeta granadino se sale de lo común y establecido, y no solo porque la perspectiva que ofrece la contemplación y el disfrute de la cosmogonia lorquiana desde Portugal ayuda a establecer otros enfoques, sino porque la pintora lisboeta huye de todos los estereotipos que se habían ido generando sobre la figura y la obra de Lorca desde que, en el mismo momento de su asesinato, nació esa leyenda que sigue creciendo y agrandándose según ha ido pasando el tiempo: no hay otro escritor en castellano cuya obra tenga tanta vigencia y semejante capacidad de seducción.
De hecho, esa conexión entre los universos de Lorca y Nadal, y entre las dos ciudades que determinan sus vidas, no solo está condensada en esta fantasía sobre la muerte de El Camborio, sino que la granada, como fruta y como símbolo, como ornamento colmado de significantes, es una presencia continua en su obra a lo largo de toda su trayectoria, tal si fuera un talismán que le da sentido a su manera de entender el arte.
PABLO SYCET TORRES
Artífice